miércoles, 7 de abril de 2010

Aquí podrás adquirir los suplementos dietéticos del Dr Villegas

La alimentación actual dista mucho de ser la mejor posible, aun teniendo en cuenta la enorme diversidad de productos y la posibilidad de consumir cantidades ingentes. El Dr Villegas en su libro sobre la Alimentación de Ayer, de Hoy y de Mañana, hace hincapié en que nuestra dieta ideal se acercaría más a la que toman los indígenas que todavía viven aislados como cazadores y recolectores, que la mediterránea o atlántica o del océano pacífico. Sin embargo, seguir esta dieta en nuestra sociedad es imposible (el pescado no es salvaje, la caza no existe ya que los animales están estabulados y las frutas y verduras se consumen libres, prácticamente, de antioxidantes presentes en piel y semillas. Sin embargo, nuestra tecnología nos permite suplementar una dieta frugal con productos elaborados ricos en las sustancias de necesidad vital.

Estos suplementos, estudiados y valorados en el conjunto de una dieta equilibrada, los ha seleccionado el Dr Villegas y se presentan en este Blog con la posibilidad de ser adquiridos y recibidos en cualquier lugar de España.

Algunos de ellos son fruto de la investigación del propio grupo universitario del Dr Villegas (ácido docosahexaenoico; Brudy plus). Otros se han obtenido casi en exclusiva para la venta al pequeño consumidor (aislado de suero de leche; Provon o similar al calostro; Salibra 700).

También tiene la posibilidad de que el Dr Villegas le aconseje, en su caso personal, el tipo de suplemento adecuado a través de una consulta a su correo electrónico


A continuación se reproduce el Prólogo y el comienzo del Libro "La Alimentación de Ayer, de Hoy y de Mañana", que se puede obtener gratuitamente con los productos que se incluyen en este Blog




Socializar la proteína

En plena refriega del trabajo de campo del año 2006, tras las campañas de Atapuerca en Burgos, las prospecciones en el norte de Argelia buscando los pobladores más antiguos del Norte de África, llegué a l’Abric Romaní, en Capellades (Barcelona) donde mi colaboradora asistente me entregó un montón de correos electrónicos previamente seleccionados para darles respuesta. Entre ellos, me llamó la atención el del Dr. José A. Villegas, quien, de forma muy amable, me pedía la introducción para su libro “Saber que comíamos para saber que debemos comer”, adjuntándome algunas páginas que yo leí con atención. Le solicité todo el borrador y, una vez en mis manos, lo leí ávidamente. He decidido escribir la introducción antes de las excavaciones en la Cueva de Santa Ana, en el Calerizo de Cáceres. El tiempo pasa volando, ya estamos en la segunda semana de setiembre y en los últimos días debo empezar otra campaña, motivo por el cual escribo estas líneas de un tirón, como a mi me gusta, después de reflexionar sobre lo quiero decir.

He estado excavando desde el mes de mayo y estoy cansado. Afortunadamente, la dieta de la última excavación ha sido muy buena y el cuerpo y la mente lo agradecen porque, por suerte, tenemos una cocinera que cocina de manera admirable. Además, también disponemos de buenos vinos, blanco para los momentos de esfuerzo y tinto para las comidas, ambos del Penedés, ya que trabajamos al lado dicha comarca. En nuestro trabajo, esta sabrosa bebida no puede faltar, aunque no debemos abusar de ella y no la consumimos en grandes cantidades.

El trabajo intelectual se ha mezclado con el físico. El equipo ha extraído cerca de 500.000 kilogramos de sedimento desde aproximadamente ocho metros de profundidad, un trabajo imprescindible para excavar un nivel de Homo neanderthalensis de cerca de 56.000 años de antigüedad, el más antiguo hasta ahora del Abric Romaní. Rosa, la cocinera, guisa conociendo cual es nuestra actividad y los carbohidratos y la cantidad de ingesta aumentan o disminuyen según el trabajo del momento en una dialéctica precisa. No he tenido tiempo de echar barriga, más propia del invierno, cuando las tareas de laboratorio y de gabinete me obligan a permanecer hora tras hora analizando los registros o trabajando ante el ordenador.

Nuestra dieta de trabajo es paleolítica, es decir, investigamos en niveles prehistóricos pre-holocenos durante cuatro o cinco meses al año. Somos nómadas en la temporada de verano, y algunos de nosotros continuamos siéndolo durante el resto del año a consecuencia del trabajo de investigador. Sin embargo, también engordan ahora los nómadas, o sufren sobrepeso, las cosas ya no son como eran antes. Nada de ello ocurría a los homínidos que estamos estudiando, del Homo antecessor al Homo sapiens más moderno del Paleolítico, ninguno de ellos no engordaba como lo hacemos nosotros.

Nuestros antepasados, que vivían en los árboles hace más de cuatro millones de años, comían muchas hojas, frutos y pocas proteínas de origen animal. Pero su cerebro era pequeño, de cerca de 300 cm3, unas seis veces menor del que tenía nuestra especie, el Homo sapiens. La actividad alimenticia representaba una continuidad estructural que abarcaba más de siete horas diarias con el objetivo de mantener el equilibrio termodinámico. Tenían poco tiempo para la socialización. Con la comida rica en proteínas animales las cosas cambiarían, dedicando muy poco tiempo a la ingesta de alimentos, se aseguraría toda la actividad energética del cuerpo.

Para nuestro género, al principio fue básico consumir carne procedente del carroñeo y de la caza en cantidades importantes, era necesario alimentar un cerebro en rápido crecimiento y sostener una importante actividad física motivada por el nomadismo y la estrategia cinegética. Pero ahora nos pasa factura, con la baja actividad que tiene el Homo sapiens en general y la excesiva ingesta de grasas. En su momento fue fundamental la fabricación de herramientas de piedra; ello, más comer proteína animal y disponer de tiempo libre fueron los tres factores básicos para la socialización tecnológica.

Sin embargo, no fue hasta la socialización del fuego cuando se produjo otro salto en la conciencia de nuestro género. El fuego, elemento socializador, también permite cambiar los hábitos alimentarios. La transformación de los alimentos gracias al calor, y su conservación, nos permite entrar en otros paradigmas muchos de los cuales aún no hemos abandonado. Comer al lado del fuego, socializarnos a través de comida transformada, la nouvelle cuisine, sin olvidar la luz artificial, transformaron la humanidad y así entramos en la edad moderna de la alimentación

Los homínidos del Paleolítico no tenían ni la ocasión ni la posibilidad, al contrario de nosotros, de discutir con un nutricionista; tampoco iban al médico para adelgazar ni seguían ninguna dieta milagrosa, pero, a pesar de ello, mantenían su físico en condiciones óptimas. La que hoy denominamos “dieta paleolítica” por analogía a lo que comían nuestros antepasados de las diferentes especies me parece muy divertida. Los cazadores recolectores comían lo que hallaban en el entorno dependiendo del clima y de la vegetación y, como es lógico, de la latitud donde se encontraban. Por lo tanto, era una dieta que se basaba en comer lo que existía en el entorno, con grandes desequilibrios debidos a la estacionalidad. Un panorama radicalmente distinto al actual donde, si dispones de dinero, puedes ir al supermercado y consumir lo que más te apetezca por exótico que sea. Ya no existen la estacionalidad ni la singularidad; los humanos con recursos depredamos cualquier tipo de alimento, todo aquel que nos parezca sabroso sin tener en cuenta ni donde ni cuando crece; además, las técnicas de conservación permiten una larga vida a los productos, una duración casi indefinida con o sin fecha de caducidad.

Los generalistas del pasado lo eran a nivel de especie pero no a nivel de población. Poseían desde dietas basadas únicamente en la proteína, tal como ocurría con el Homo neandertalensis y el Homo sapiens, que vivían en las zonas centrales de los continentes en un permafrost constante, hasta las dietas ampliamente variadas de los homínidos que habitaban las zonas mediterráneas donde la mayor parte del tiempo no sufrían heladas. Al ser nómadas y no consumir grasas saturadas en abundancia, tanto para las especies que nos han precedido como para nuestra especie, antes del Holoceno, hace aproximadamente unos 10.000 años, la obesidad, no se conocía.
Al convertirnos en sedentarios, hace unos 8.000 años, el control del alimento cambió definitivamente nuestra dieta; aumentaron los carbohidratos de manera cada vez más alarmante. Sin embargo, el trabajo físico en el campo nos servía para metabolizar eficazmente los nuevos alimentos. También aumentaron en la dieta humana los alimentos con muchas grasas ya que los animales pastadores libres desaparecieron para dar paso a los prisioneros alimenticios de nuestra especie. Con la llegada de la revolución científico-técnica, a mediados del siglo XX, las cosas volvieron a cambiar de forma alarmante.

Hoy en día, aunque algunos de nosotros seamos relativamente nómadas y hagamos ejercicio, la obesidad es una patología común que afecta a mayores, adultos, jóvenes y niños. El impacto de la revolución científico-técnica rompe con los procesos de adaptación propios de la selección natural que había operado durante toda la evolución de nuestro género. A lo largo del proceso se seleccionó por poblaciones el tipo de comida según la situación geográfica y climática a la que se adaptaba una comunidad humana.

Frecuentemente evolución también significa una revolución. Seguramente el Homo sapiens actual no podría adaptarse tan fácilmente a un cambio de dieta y, si volviera a una dieta propia del Paleolítico, sería incapaz de resistirla. Para ilustrarlo, acudamos al ejemplo que nos ofrecen algunos contextos de cazadores recolectores actuales; algunos de sus especimenes pueden comer de una vez cerca de seis kilogramos de carne, cosa que parece imposible para cualquier miembro de nuestra especie.

Lo que sí es terrible en nuestra especie es que la abundancia de proteína consumida por un 30 % de la población del planeta sea compensada por la deficiencia alimenticia del 70 % restante. Es absurdo hablar de sobrealimentación cuando la mayoría de nuestros congéneres sufren déficits estructurales. Una gravísima contradicción.

La alimentación equilibrada será básica tras la socialización de la revolución científico-técnica. Como muy bien dice José Antonio Villegas: “… La solución está en la tecnología, la industria debe encaminar su desarrollo tecnológico hacia alimentos saludables, no hacia los más rentables. Para ello solo hay un camino crear una corriente de consumo”. O lo que es lo mismo, lo que no hace la selección natural lo debe hacer la selección cultural, lo cual significa una revolución en nuestra especie y una transformación de sus hábitos.

Somos unos primates de costumbres ancestrales que estamos cambiando rápidamente nuestros hábitos por la abundancia con la que se producen alimentos en algunos medios humanos: en otros, en cambio, son más escasos y se generan problemas serios para la supervivencia, recordemos solamente las hambrunas del siglo XX y, en nuestros días, las que producen los cambios clima y las guerras. Allí donde existe abundancia también existe el negocio, una forma de acumular calorías en forma de dinero. Primates con poca conciencia, debemos alertar del peligro que supone el no cambiar hábitos.

Tenemos un conocimiento y una tecnología de humanos, pero nos comportamos como primates poco evolucionados. La sustitución del orden natural por la organización humana representa un aumento de complejidad en nuestra socialización. La nutrición es algo fundamental. Unos comportamientos humanos socialmente avanzados deberían conducirnos en primer lugar a ser solidarios con quien pasa hambre. Después, a mejorar nuestra capacidad de entender que comer correctamente no es únicamente ingerir lo que nos gusta sino lo que alimenta y es bueno para nuestro organismo; en otras palabras, nos hace falta sentido común.

No recomiendo la apuesta romántica por la comida paleolítica. La comida basura actual, tal y como se entiende la comida rápida y rebosante de grasas, tampoco es recomendable, como dice muy bien el autor del libro. Sí que lo es la comida que se adapte a la falta de ejercicio físico y que sea mejor para el ejercicio intelectual. La comida que revolucione nuestra forma de comportarnos y que genere la nueva sociedad de la revolución científico-técnica tendrá que ser muy manipulada -en sentido positivo- para que nos siente bien. Hacer ejercicio no está mal aunque sea de forma artificial, la comida también lo será.

La genética y la proteómica tienen mucho que decir sobre esta cuestión; la evolución es irreversible y provocará una revolución en la alimentación y en el comportamiento si su socialización se hace con criterios y crítica. Comer mal para estar gordo o para estar flaco, un hecho único de la especie de la abundancia, sobretodo en las zonas donde dicha abundancia es omnipresente.

De todas maneras, lo más importante es que haya comida para todos; después, que todos nosotros podamos comer bien. La patología más importante de nuestra especie es la falta de solidaridad. Los obesos en mayor o menor grado de Occidente, desde nuestra enfermedad, muchas veces no queremos ver lo flacos y mal alimentados que están los congéneres de otros continentes, y tememos enfermedades como la abulia, cuando culturalmente contribuimos a su éxito mientras desvirtuamos los procesos naturales sin sustituirlos por procesos humanos lógicos.

Probablemente, el Homo antecessor de Gran Dolina no habría dado crédito a la visión de unos homínidos obesos como lo somos nosotros en un 30 %. Ahora bien, si nos hubiera comido quizás los caníbales habrían enfermado a causa de la gran ingesta de grasa del Homo sapiens actual. No puede ocurrir dado que los caníbales de Atapuerca desaparecieron hace miles y miles de años. Ellos no conocieron esta patología y comieron los sabrosos cuerpos de sus congéneres que inadvertidamente corrían por la sierra, víctimas de unos sagaces omnívoros que, mientras consumían los cuerpos de las crías y de los jóvenes, se deleitaban acompañando el ágape con lladoners, la deliciosa fruta del Celtys australis.

Aquí termino, recomiendo leer con atención este libro, no sin antes advertir que lo que debemos cambiar es nuestra forma de conocer, de pensar y de actuar. Quizás después seamos capaces de comer mejor y de manera más solidaria. Nuestra principal patología es no saber qué somos y hacia dónde vamos.

Eudald Carbonell
Co-Director de Atapuerca


LA ALIMENTACIÓN DE AYER, DE HOY Y DE MAÑANA. NUEVOS CONCEPTOS

1.- INTRODUCCIÓN

2.- EL HAMBRE. NUESTRO COMPAÑERO DE VIAJE

3.- LO QUE COMÍAMOS HACE MILES DE AÑOS CONDICIONA LO QUE DEBEMOS COMER AHORA

4.- LO QUE SI ES SEGURO ES QUE COMER MÁS CARNE NOS HIZO SER MÁS INTELIGENTES

5.- CAMBIOS EN LA ALIMENTACIÓN PRODUCIDOS A LO LARGO DEL TIEMPO:

6.- LA NUTRIGENÓMICA ES NUESTRA ESPERANZA

7.- PERO MIENTRAS TANTO. ¿PODRÍAMOS TOMAR UNA DIETA PRÓXIMA A LA DIETA PALEOLÍTICA?
A) CARBOHIDRATOS. Concepto de Carga e Índice Glucémico. Importancia de la Fibra
B) PROTEÍNAS.
C) GRASAS. Importancia de los ácidos grasos omega 3
D) VITAMINAS Y MINERALES
E) ANTIOXIDANTES

8.- EL AGUA, LA FUENTE DE LA VIDA

9.- ALIMENTOS BAJOS EN CALORÍAS (LIGHT)

10.- ALIMENTOS FUNCIONALES

11.- ALIMENTOS TRANSGÉNICOS

12.- HABLEMOS DE TEMAS COTIDIANOS POR EJEMPLO ¿CUANTAS COMIDAS DEBEMOS HACER AL DÍA? ¿MERECE LA PENA AYUNAR?

13.- ¿Y LOS DEPORTISTAS, QUE DEBEN COMER?

14.- ¿PUEDEN LOS ENFERMOS CONSIDERAR LA ALIMENTACIÓN COMO UNA AYUDA EN SU RETORNO A LA SALUD?

15.- RECOMENDACIONES EN LA LUCHA CONTRA EL SOBREPESO Y LA OBESIDAD

16.- MIRANDO HACIA ATRÁS “SIN IRA”

17.- A MODO DE COROLARIO




1.- INTRODUCCIÓN (Hombre refranero, medido y certero).

Estamos llenos de tópicos en cuanto a la alimentación. En múltiples ocasiones mis pacientes comienzan el relato de su forma de alimentarse haciendo preguntas; ¿Doctor, es verdad que la fruta hay que tomarla antes del resto de los alimentos? ¿Es cierto que no se debe beber agua en las comidas? ¿Es bueno tomar una vez al mes la dieta del pomelo? ¿Y ayunar?

Hay cientos de libros sobre el tema y en las conversaciones entre amigos y conocidos siempre hay alguien que sentencia sobre algún hábito alimenticio que, supuestamente, es mucho mejor que los otros. Todos conocemos algún vegetariano y de vez en cuando se pone de moda una dieta especial, la dieta Atkins (basada en alimentos ricos en proteínas) o la dieta Zen (que en casos extremos llega a preconizar alimentarse exclusivamente de cereales) etc etc. Hasta los enfermos de algunas patologías graves con malos resultados con el tratamiento médico científico, consultan con los especialistas en nutrición para que les informen de la posible curación con la “nutrición ortomolecular”, basada en tratar enfermedades con suplementos de vitaminas y minerales.

Pensamos que nuestra tecnología ha resuelto los grandes problemas de la alimentación, y creemos firmemente que el futuro será a base de comidas tecnológicas, a base de lo que ahora se llaman “alimentos funcionales”, es decir, alimentos modificados con criterios saludables. Y no hablemos de los alimentos transgénicos y la revolución que pueden suponer en nuestra vida.

Existen dietas basadas en la filosofía (vegetarianismo, dieta zen, dieta ayurveda…), en supuestos seudocientíficos (dieta mediterránea, dieta zona, dieta por grupos sanguíneos…), en criterios médicos (dietoterapia en distintas enfermedades), en situaciones de catástrofes (dieta de supervivencia), en prácticas deportivas intensas (dietas pre, per y postcompetitivas) etc. Sin embargo algo no funciona cuando hay más alimentos que nunca, más información de la que ha habido en nuestra historia, y a pesar de todo, las grandes enfermedades que padece el ser humano en la actualidad (enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo II, etc) están relacionadas con la dieta. Hay que dar un golpe de timón y enfrentarnos con nuestras teorías si estas fallan y, en el campo de la alimentación, algo falla estrepitosamente.

Este libro está escrito desde la independencia (nadie lo subvenciona, ni me ha presionado directa o indirectamente para decir u omitir algo), y desde el rigor intelectual, por tanto, y fiel a ese rigor, tengo que advertir al lector que el concepto básico en el que se fundamenta (la teoría dietética evolutiva) no deja de ser eso, una hipótesis sin la base experimental suficiente que le de sustento de tesis. No obstante, también es cierto que se basa en datos fuertemente asentados en el campo de la paleoantropología y en conceptos metabólicos y de tecnología de alimentos que están, asimismo, claramente definidos y documentados. No he querido asumir el lenguaje científico y someter al lector no especialista, al tormento de citas y citas, algo imprescindible, por otro lado. Todo el libro es, por tanto, fruto de la introspección de un investigador cuyo currículum está libre de sospecha. La experiencia desde los años universitarios cuando leí mi tesis sobre la alimentación de ciclistas de competición, pasando por los centenares de estudios e investigaciones en este campo, unido a miles de encuestas dietéticas realizadas a deportistas, y a una experiencia enormemente satisfactoria como profesor de la asignatura de “ayudas ergogénicas” (sustancias que mejoran el rendimiento deportivo sin ser dopantes), todo ello me ha servido para sentarme con tranquilidad, revisar documentos y apuntes y expresarles mi opinión personal.

El libro argumenta nuestro pasado y echa una ojeada al futuro que está ya encima con la nutrigenómica. Cada definición, cada nutriente, cada posibilidad alimentaria tiene su ojeada al pasado en la definición “Solución Paleolítica” y al presente como “Solución Aprovechando la Actual Tecnología”. De esta forma, el lector puede contrastar la capacidad (o no) de adaptar nuestra alimentación en la sociedad actual, a la que nuestros genes nos condicionan. Ahora más que nunca hay que decir que “Eres lo que comes”.


2.- EL HAMBRE (El comer mató a muchos, el hambre a casi ninguno).

La primera consideración que hay que hacer es que cuando hablamos de alimentación, hablamos de supervivencia, es decir, tocamos un punto clave de nuestra condición de seres vivos. Nuestro refranero está lleno de referencias al hambre, algo que la humanidad lleva asociado desde nuestro origen; dejar de comer por haber comido, no es tiempo perdido

El hambre diezmó e hizo desaparecer muchos homínidos antepasados nuestros. Quizás sea el factor que más ha influido en la evolución de nuestra especie. Lo conocemos bien, hemos hecho mucho camino juntos, tanto es así que nuestro organismo tiene decenas de sistemas para evitar el despilfarro de energía cuando hay abundancia.

Las grandes hambrunas que han padecido los pueblos han marcado su historia. Entre 1846 y 1851 más de un millón de irlandeses murieron de hambre. ¿La razón? La dependencia de un alimento, la patata. Debido a las características agrícolas de su producción (la patata es la cuarta planta de más rendimiento del mundo), los campesinos irlandeses dependían totalmente de ella (se dice que en Irlanda, un campesino consumía de 5 a 6 kg diarios). En 1845, tras tres semanas de lluvia las patateras se infectaron con un hongo y la producción se destruyó. La consecuencia fue no solo la muerte de más de un millón de personas, sino una de las emigraciones colectivas más grandes de la historia, llevando a Norteamérica a más de 1,6 millones de irlandeses. Tras la hambruna un movimiento revolucionario, el fenianismo, sirvió de preámbulo para la Guerra Civil que desembocó, en 1921, en la creación del Estado libre de Irlanda en el sur de la isla.

Recordemos la India (más de 1 millón de muertos en 1943 en Bengala), China, con más de 15 millones de personas fallecidas entre 1958 y 1961 y África, con la gran hambruna de El Sahel entre 1968 y 1973. En el momento de escribir este libro, miles de personas mueren de hambre en África y se produce una emigración masiva que lleva a miles de ciudadanos de países pobres africanos a las costas españolas a riesgo de perder sus vidas en travesías marítimas más propias de siglos pasados.

Pues bien, podemos aprender mucho de estas situaciones dramáticas. Cuando un varón adulto africano se queda sin suficientes alimentos por un corto período de tiempo (menos de un año) y luego vuelve a comer adecuadamente ante una nueva cosecha, no sufre daños corporales. El organismo durante la situación de hambre se adapta, disminuye su gasto energético, duerme más, trabaja menos y pierde el apetito. Cuando hay alimentos, recupera las ganas de comer y comienza a tener más ganas de trabajar.

¡El organismo está preparado para pasar hambre!

¿Pero que pasa si el organismo no pasa hambre? ¿Y si come todos los días algo más de lo que necesita?

Miremos a nuestro alrededor. Miles de obesos, enfermedades (un 30% de españoles tiene sobrepeso), mala calidad de vida, millones de euros gastados en seguir dietas en clínicas de adelgazamiento, en fin, todo son señales de que algo no va bien.

¡No estamos preparados para comer más de lo que necesitamos!

Vamos a buscar las razones para esta realidad epidemiológica, es decir, vamos a averiguar por qué la población enferma precisamente cuando tiene más alimentos a su disposición. Para ello tenemos que echar la vista atrás, muy muy atrás.

Los ciclos de hambre y saciedad han conformado nuestra especie (nuestros genes). No estamos preparados genéticamente para asumir una alimentación que nos aporte más energía de la que gastamos.


3.- LO QUE COMÍAMOS HACE MILES DE AÑOS CONDICIONA LO QUE DEBEMOS COMER AHORA (El que no tiene experiencia, que tenga imaginación).

Nuestro organismo apenas ha cambiado desde el paleolítico medio, hace más de 40.000 años. Nuestra mente es la misma del homo sapiens sapiens que salió de un nicho ecológico (un nicho ecológico en biología no es un espacio concreto sino una abstracción que abarca todos los factores que hacen posible encontrar tal especie en tal hábitat concreto) en África central hace unos 150.000 años y pobló la Tierra.

Hay una frase que se comenta mucho en la comunidad científica tras el éxito del proyecto genoma humano: “El hombre socialmente está en el siglo XXI, pero genéticamente sigue en el paleolítico”.

¿Cómo ha marcado nuestra alimentación ancestral a nuestro organismo?

Hace 1 millón y medio de años las precipitaciones descendieron notablemente y una parte del continente africano fue haciéndose progresivamente más seca. Al disminuir los bosques se produjo mayor competencia por el espacio y muchos de aquellos primeros homínidos (primates adaptados a la posición bípeda), se vieron forzados a vagar por las llanuras donde muchos de ellos morirían.

Algo fue providencial, los efectos de la glaciación no perduraron, con lo que tras un ciclo se repitió otro y volvió la abundancia y la escasez. En ese mundo asequible para los primates hace millones de años se produjo una evolución típicamente arborescente con la aparición de distintos tipos de homínidos con una característica común, la bipedación. Se dieron entonces una serie de circunstancias en cuyo orden en importancia todavía no hay consenso, pero que sin duda fueron decisivos para llegar a nuestra evolución actual. Al caminar sobre dos piernas se dejó libre la mano, que adquirió una posición única del pulgar que nos permite la acción de pinza y con ello, la utilización y fabricación de herramientas precisas, muy útiles para la caza. Descendió la laringe permitiéndonos la fonación y el habla, lo que nos permitió una comunicación precisa y posibilitó nuestro desarrollo social. Homínidos que hablaban, manejaban herramientas y cazaban en conjunto, comían más carne y podrían permitirse un lujo, desarrollar el cerebro.

No sabemos con seguridad quien hizo desarrollarse a quien, si fue el hecho de comer carne con mayor facilidad el que transformó nuestro tubo digestivo y permitió desarrollarse a un órgano que consume tanta energía como nuestro cerebro, o si fue un mayor cerebro el que desarrolló tácticas de cooperación y utilización de herramientas que a su vez facilitó la caza y, por tanto, comer más carne.


Fíjese, lector, en la trascendencia de la frase “Aunque estemos en el siglo XXI, seguimos genéticamente en el Paleolítico”

1 comentario:

  1. Magnífico libro que hace reflexionar sobre cómo nos estamos alimentando dejándonos arrastrar por mareas que no llevan a buen puerto.
    Me ha parecido muy interesante tanto para la población en general como para los deportistas en particular.
    Felicidades.

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